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¿Culpable?

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¿CULPABLE?

Sentirnos culpables nos impide hacerles regalazos a los otros y a nosotros mismos. Cuando queremos hacer algo y no lo hacemos para evitar hacerle daño al otro, estamos impidiendo un proceso vital para las dos partes. Quizás sepamos de antemano que esa acción que vamos a realizar nos dolerá. No llevarla a cabo muchas veces no tiene que ver con la compasión por el otro, sino con la cobardía, la soberbia y la superioridad fruto de la culpa.

Por un lado impedimos que el otro sienta el dolor y viva el proceso de aprendizaje y crecimiento fruto de superarlo. Robándole ese proceso de crecimiento, la otra persona con la que nos relacionamos no crece… y eso a nuestro ego le encanta. Seguimos siendo “superiores” y “controlando” la situación. “Si el otro crece, es posible que algún día sea él el que me ponga el límite a mi. Es mejor seguir sintiéndome culpable por el potencial daño, que avanzar”.

Por otro lado nos impedimos afrontar esa situación que nos tiene estancados y no nos permite avanzar. El miedo a poner límites, el miedo a las consecuencias, el miedo a SENTIR,… nos impide también crecer y soltar aquella conducta que nos lleva a repetir siempre lo mismo. Una y otra vez.

La culpa nos ciega con una venda que aparenta de color de rosa. ¡Ojo con ella! :-DD

 

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